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En Más que una factura
En la localidad chilena de Melipilla, Marisol recorre casi todos los días las mismas calles. Es conocida en su comunidad, no solo por repartir facturas de la electricidad, sino por algo mucho más poderoso: su esperanza inquebrantable.
Marisol actualmente lucha contra el cáncer de mama. El tratamiento es duro. Los días son largos. Pero incluso en esta difícil etapa, ha decidido dedicar su vida a una sola cosa: compartir el evangelio.
Y lo hace con valentía.
Cada día lleva bajo el brazo algo más que un montón de facturas: también lleva una revista Esperanza. Mientras recorre el pueblo repartiendo facturas, aprovecha cualquier oportunidad para detenerse y hablar con sus vecinos. Habla de los cortes de electricidad y de los pagos, pero siempre vuelve a hablar de la esperanza que ha encontrado en Jesús.
Marisol ha visto la tensión en su barrio. «Estamos pasando por momentos difíciles», dice. «Hay muchas peleas. Necesitamos más esperanza en nuestra comunidad».
Mientras repartía las facturas, se dio cuenta de que muchos estaban de mal humor, cansados, ansiosos, agobiados. Así que les ofreció algo más. «Vecino», les decía, «más allá de esta factura de la luz, quiero darte el regalo de la esperanza. Quiero que descanses en Dios y que la fe y la esperanza crezcan en ti, tal como lo han hecho en mí».
La gente se detenía a escucharla. Y muchos sonreían y le daban las gracias.
Un día, después de hacer su ronda, llamó a su pastor llena de alegría. «¡Ayer compartí el evangelio con 32 vecinos mientras entregaba las facturas de la luz!», le dijo. El pastor se sorprendió. «¿Cómo puedes hacer esto estando enferma?», le preguntó.
Su respuesta fue sencilla: «No tengo miedo. Ni siquiera a la muerte. Porque la esperanza que he encontrado en Jesús es más grande que cualquier cosa en esta vida».
No se necesitan circunstancias perfectas para marcar la diferencia. Solo se necesita el tipo de valentía que proviene de conocer a Jesús.
La historia de Marisol nos recuerda que la luz de Cristo brilla más en los lugares oscuros. Y a veces, no hace falta mucho: solo cruzar la calle, decir una palabra de aliento y tener el corazón lleno de esperanza.
