El mes pasado, mi marido y yo montamos una pequeña "Casa del Evangelio" en el exterior de nuestra casa. En primer lugar, colocamos una caja con forma de casa al final del camino de entrada.
Luego colocamos recursos bíblicos en el estante principal y llenamos el estante superior con diversos alimentos no perecederos, todos gratuitos para quien pasara por allí. Decidimos incluir regalos de comida y de las Escrituras como forma de alimentar el cuerpo y el espíritu en esta época de crisis mundial.
Mucha gente se ha parado a leer el cartel, echar un vistazo al interior, hojear las Escrituras y coger los alimentos que necesitaban. Ahora nos hemos dado cuenta de que otros miembros de nuestra comunidad también han contribuido con artículos de despensa. A todo nuestro vecindario le ha gustado la Casa del Evangelio: algunos se han parado a hacer preguntas, ofrecer apoyo o incluso hacer fotos para su blog. Se ha convertido en una parte emocionante de nuestra rutina diaria salir a la calle y abrir la puertecita, con la esperanza de ver que alguien se ha llevado otro artículo de la casita. Siempre es un día de celebración cuando hay un ejemplar menos de la Palabra de Dios dentro.
La semana pasada, mientras estábamos arrodillados en el césped, pasó por delante de nuestra casa un joven que empujaba un aireador de césped. Al darse cuenta de que mi marido y yo estábamos ocupados con la jardinería, se detuvo para preguntarnos si nos interesaban sus servicios de aireación, lo que nos permitió entablar una breve conversación con él. Después de entregarnos un folleto, le preguntamos si podíamos compartir algo a cambio. Me acerqué a la Casa del Evangelio.
"¿Te gustaría echar un vistazo a las Escrituras que tenemos aquí?" abrí la puerta para que las viera. Enseguida, saltó y empezó a leer los títulos de las Escrituras: "¡Oh! ¡Ésta se llama 'Dios ama al mundo'! ¿Puedo quedármela?"
Asentí y le entregué un ejemplar del Nuevo Testamento azul y dorado. Sonrió mientras cogía ansiosamente el libro de mis manos; su cara no podía ocultar que quería leerlo en cuanto pudiera. El hombre procedió entonces a reorganizar toda su mochila, intentando crear un lugar donde "no se dañara".
Tras ver alejarse a nuestro nuevo amigo, mi marido y yo reflexionamos sobre lo que acababa de ocurrir. Este encuentro nos recordó que la mejor forma de demostrar el amor de Dios a los demás suele ser durante actividades sencillas y cotidianas, como la jardinería. A veces, todo lo que una persona necesita es un pequeño regalo para que se plante la semilla adecuada. Mientras escardábamos nuestro césped, Dios también estaba ocupado haciendo algo de "jardinería espiritual".
Mi oración es que, en medio de este periodo de autoaislamiento, siga viva la misión de compartir la esperanza del Evangelio. La lucha de esta pandemia sólo debería aumentar nuestro esfuerzo por alcanzar a los demás con Su Palabra. Con todas las noticias negativas del COVID-19 plagando nuestros medios de comunicación, mi marido y yo nos hemos sentido llamados por Dios a proporcionar un pequeño rayo de esperanza a nuestra comunidad, simplemente compartiendo las buenas nuevas de Cristo a nuestra manera única.
—Erika (parafraseado)